La Oración: Nuestro Deber, Privilegio y Medio de Gracia
La oración, junto con la lectura de la Biblia, son como un chat eterno con nuestro Creador.
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Por medio de la revelación divina contenida en la Biblia, Dios ha iniciado una conversación eterna con los seres humanos.
Si no fuera por esta auto-revelación de Dios, el canal de comunicación entre las criaturas y el Creador estaría eternamente roto a causa del pecado.
Por su parte, los seres humanos que han recibido esta revelación especial responden a la comunicación iniciada por el Creador por medio de la oración.
En otras palabras, Dios se comunica con nosotros por medio de su Palabra, y nosotros nos comunicamos con él por medio de la oración.
¿Qué es la oración?
La mayoría de diccionarios definen formalmente la oración como la comunicación verbal o intelectual entre el ser humano y una deidad, cualquiera que esta sea.
Esto implica que la oración es una práctica común a muchas religiones, mediante la cual los humanos buscan establecer comunicación con aquello en lo que creen.
Sin embargo, el entendimiento cristiano de la oración trasciende el mero concepto de comunicación con una deidad.
Hay ciertos aspectos cualitativos involucrados en el concepto bíblico de la oración, de los cuales quiero que examinemos tres.
La Biblia nos enseña que la oración es: 1) nuestro deber sagrado, 2) nuestro privilegio inmerecido, 3) nuestro medio de gracia indispensable.
Consideremos cada una de estas tres verdades.
1- La oración es nuestro deber sagrado
El Señor Jesucristo definió la vida eterna como el proceso eterno de conocer a Dios en una relación verdadera:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien tú has enviado.”
Juan 17:3
Más que vivir sin tener que morir nunca, el valor de la vida eterna radica en que viviremos eternamente conociendo al Señor que nos conoce perfectamente.
Juan 17:3 nos invita a una relación íntima con nuestro Creador, una relación que no puede llevarse a cabo sin la comunicación.
Y, al menos mientras el Señor no regrese, la oración juega un papel fundamental en la necesaria comunicación entre los creyentes y su Dios.
Mientras que el estudio de la Biblia nos permite disfrutar de la comunicación que Dios ha iniciado con nosotros, la oración nos permite responder adecuadamente ante esta revelación.
Cuando oramos, confirmamos que el Señor es quien dice ser; confirmamos que él es nuestro Dios y que nosotros dependemos de él.
Por el contrario, cuando no oramos, confirmamos que somos autosuficientes y que no reconocemos el señorío de Dios sobre nuestra vida.
Reconocer a Dios por medio de la oración es nuestro deber sagrado, porque el pueblo de Dios está llamado a ser un pueblo de oración.
El apóstol Pablo dice que debemos ser constantes en la oración (Ro. 12:12). También dice debemos orar sin cesar (1 Tes. 5:17).
Orar sin cesar no necesariamente es orar las 24 horas (algo que sería muy bueno); más bien, significa tener la oración como un deber prioritario en nuestra vida. Para conectar ambos versículos, orar sin cesar significa ser constantes en la oración.
Por eso, cuando el apóstol Pablo aconsejó a los esposos, les escribió que lo único que podría elevarse en importancia sobre la relación íntima entre el esposo y la esposa es que hayan acordado mutuamente dedicarse por un tiempo a la oración:
“No se nieguen el uno al otro, a menos que sea de acuerdo mutuo por algún tiempo, para que se dediquen a la oración y vuelvan a unirse en uno, para que no los tiente Satanás a causa de su incontinencia”.
2 Corintios 7:5
Esto nos habla de lo sagrada y esencial que es la oración para los hijos de Dios. El Señor nos manda orar, y si él ordena algo, para nosotros tal cosa se vuelve un deber sagrado.
Pero si entender la oración como un deber de todo cristiano no es razón suficiente para que nos dediquemos a ella, la Biblia también enseña que la oración es un privilegio que no todas las personas tienen.
2- La oración es nuestro privilegio inmerecido
El Dr. R.C. Sproul escribe sobre la oración como nuestro privilegio inmerecido:
[En el Antiguo Testamento,] los creyentes podían orar, pero se les mantenía a cierta distancia de la gloriosa presencia de Dios. Solo al sumo sacerdote se le permitía entrar al Lugar Santísimo, un día al año. [… Pero] Cristo ganó para nosotros la paz con Dios y el fin de la separación. Ahora se nos invita a entrar al Lugar Santísimo por medio de la oración. ¡Qué gran privilegio![1]
R.C. Sproul | Cinco Cosas que todo Cristiano Necesita para Crecer
El escritor a los Hebreos nos dio algunos de los pasajes más hermosos sobre el privilegio que tenemos los creyentes de acercarnos al Señor con confianza:
“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que ha traspasado los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra confesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no puede compadecerse de nuestras debilidades, pues él fue tentado en todo igual que nosotros pero sin pecado. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia para que alcancemos misericordia y hallemos gracia para el oportuno socorro”.
Hebreos 4:14-16
No podemos acercarnos al trono de la gracia para alcanzar misericordia, hallar gracia para el oportuno socorro, y ser servidos por este gran sumo sacerdote, si no es por medio de la oración.
La manera en que confirmamos que nuestra confesión de fe es genuina es echando mano del privilegio invaluable que tenemos de orar a nuestro Dios.
En otro pasaje, el escritor a los Hebreos continúa diciendo:
“Así que, hermanos, teniendo plena confianza para entrar al lugar santísimo por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo (es decir, su cuerpo), y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”.
Hebreos 10:19-22
Antes de Cristo, ninguno podía acercarse confiadamente al lugar santísimo. Ninguno podía decir que tenía “plena confianza”. Ninguno se sentía seguro de poder estar en la presencia del Dios santo.
Pero ahora, tenemos una confianza que no se puede mover, una confianza que nadie puede poner en tela de juicio.
Podemos acercarnos al lugar de la presencia de Dios sin temor a ser fulminados en el instante. Podemos echar mano de ese gran privilegio por medio de la oración.
Si el deber de la oración nos resulta pesado y tedioso, el privilegio de la oración debería quitarnos ese peso, y animarnos a correr al Señor para disfrutar de su plena comunión por medio de la oración.
Esta promesa es solo para aquellos que han abrazado a Cristo por la fe.
No todos los seres humanos pueden levantarse un día y llamar a Dios “Padre nuestro” con plena confianza.
No todos pueden elevar su voz al cielo y pedir ser librados de la tentación, perdonados por sus pecados, y recibir la provisión que necesitan para cada día.
Este es un privilegio del que debiéramos vivir conscientes cada día y echar mano de él siempre que nos sea posible.
Nos perdemos muchísimo cuando no oramos. No solamente desobedecemos; no solamente hacemos a un lado el gran privilegio de la comunión con nuestro Dios; sino que olvidamos que la oración es un medio de gracia indispensable.
3- La oración es nuestro medio de gracia indispensable
Las palabras “medio de gracia” e “indispensable” parecieran incompatibles.
Si lo pensamos, todos recibimos muestras de la gracia y la misericordia de Dios, incluso si no oramos lo suficiente.
Estoy seguro de que nuestra alimentación y nuestra salud durante toda esta semana no ha estado condicionada a cuánto hemos orado. Seguramente, hemos recibido mucho más de lo que hemos orado.
Sin embargo, el Señor, en su sabiduría, ha diseñado la oración como un medio de gracia, por el cual nos concede algunas cosas y cumple así su voluntad de bendecirnos.
Más que condicionar sus bendiciones a nuestra vida de oración, el Señor ha abierto un medio por el cual nos acercamos a él con nuestras necesidades.
Cuando las personas quieren una audiencia con un gobernante para recibir algún favor, generalmente les es imposible porque no tienen el prestigio ni los contactos necesarios.
En contraste, el Señor ha abierto este medio para que nos acerquemos a él con necesidades específicas, y nos muestra su gracia cuando oramos por ellas.
Santiago nos aconseja lo siguiente:
“¿Está afligido alguno entre ustedes? ¡Que ore! ¿Está alguno alegre? ¡Que cante salmos! ¿Está enfermo alguno de ustedes? Que llame a los ancianos de la iglesia y que oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe dará salud al enfermo, y el Señor lo levantará. Y si ha cometido pecados le serán perdonados. Por tanto, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros de manera que sean sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho. Elías era un hombre sujeto a pasiones igual que nosotros, pero oró con insistencia para que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y seis meses. Y oró de nuevo, y el cielo dio lluvia y la tierra produjo su fruto”.
Santiago 5:13-18
Este pasaje recomienda una actitud de oración ante aquellas situaciones que no podemos solucionar. La oración es un medio por el cual recibimos sanidad y perdón. Y estas son, claramente, solo algunas de las cosas que el Señor nos provee cuando oramos.
El versículo 17 nos da evidencia de que la oración es un medio de gracia al compararnos con Elías, un hombre sujeto a pasiones y debilidades como las nuestras.
La efectividad de nuestra oración no se debe a nuestro estándar moral o nuestro nivel espiritual, sino a la gracia del Dios que nos escucha cuando oramos.
No merecemos recibir el favor de Dios, pero el Señor nos llama a usar con diligencia este precioso medio para ver su gracia manifestada en nuestra vida de maneras específicas.
Si lo pensamos, nos daremos cuenta de que el Señor no espera ver cuántas horas oramos, sino cuánto nuestro corazón se humilla delante de él, reconociendo nuestra total dependencia de su gracia.
Claramente, un corazón muy humillado, quebrantado y necesitado, orará con insistencia delante de Aquel que es todo suficiente para la vida.
No lo olvides: La oración es nuestro deber sagrado, nuestro privilegio inmerecido, y nuestro medio de gracia indispensable.