Creer es También Pensar: Las Mejores Frases de John Stott
He disfrutado mucho la lectura de «Creer es También Pensar: La Importancia de la mente en la vida del cristiano», un corto librito escrito por John Stott. Aunque lo leí cuando estaba en el seminario, lo he releído esta semana y me propuse resaltar las frases más importantes para tener un archivo de donde tomar ideas rápidamente en el futuro.
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Este libro nos advierte de dos extremos en los que todos los cristianos corren el peligro de caer. Por un lado, podemos caer en el anti-intelectualismo. Esto se da cuando no vemos la fe cristiana como un asunto lógico, digno de una reflexión concienzuda, usando todas nuestras capacidades intelectuales. Según esta postura, la fe no es razonable, sino emocional y experiencial.
Por otro lado, podemos caer en un super-intelectualismo. Según esta postura, la fe es todo razón, nada emoción. Me gusta mucho cómo lo expresa Stott: «Corremos el riesgo de saltar de la sartén al fuego, esto es, de reaccionar exageradamente y pasar de un estéril anti-intelectualismo a un no menos estéril super-intelectualismo» (p. 67).
Este pequeño gran libro busca solucionar estos problemas, dándole al uso de la mente en la vida cristiana el lugar que Dios le ha dado en su Palabra. A medida que leía, resaltaba distintas frases que nos ayudan a entender la importancia de usar nuestra mente como cristianos.
Aquí te comparto las que considero mejores:
Muchos tienen celo sin conocimiento, entusiasmo sin instrucción. Es bueno el entusiasmo. Pero Dios quiere ambas cosas: entusiasmo dirigido por conocimiento, y este, inflamado por el entusiasmo. (p. 9)
No propongo un cristianismo seco, malhumorado, académico, sino una cálida devoción inflamada por la verdad. (p. 12)
El remedio para un concepto exagerado del intelecto no está ni en desacreditarlo ni en descuidarlo, sino en conservarlo en el lugar que Dios le ha destinado. (p. 12)
Dios hizo al ser humano a su imagen, y una de las características más nobles de la semejanza divina en el ser humano es su capacidad para pensar. (p. 17)
A veces los animales eclipsan a los humanos. Las hormigas son más laboriosas y más prudentes que el holgazán. Los bueyes y los asnos tienden a dar a sus amos un reconocimiento más obediente que el pueblo de Dios. Y las aves migratorias, aunque se van lejos, siempre retornan, mientras que algunos seres humanos se alejan de Dios y nunca regresan (Proverbios 6:6–11; Isaías 1:3; Jeremías 8:7). (p. 19)
Cuando hablamos de ‘depravación total’ del ser humano, significa que todas las partes constituyentes de su humanidad han sido corrompidas, inclusive su mente. (p. 20)
Toda la revelación divina es racional, tanto su revelación general en la naturaleza como su revelación especial en las Escrituras y en Cristo. (p. 22)
Quizás se podría decir que mientras en la naturaleza la revelación de Dios está visualizada, en la Biblia está verbalizada; y en Cristo, ambas cosas, porque él es ‘la Palabra hecha carne’. (p. 23)
Una religión divorciada del pensamiento diligente y elevado ha tendido siempre, a lo largo de la historia de la iglesia, a convertirse en una religión débil, estéril y malsana. (p. 24)
La mente cristiana ha sucumbido, dejándose arrastrar por lo secular con un grado de debilidad y enervamiento sin paralelo en la historia cristiana. Es difícil hacer justicia con palabras a la completa pérdida de intelectualidad en la iglesia del siglo xx. No se la puede caracterizar sin recurrir a un lenguaje que parecería histérico y melodramático. Ya no existe una mente cristiana. Hay, desde luego, una ética cristiana… Pero como ser pensante, el cristiano moderno ha sucumbido a la secularización. (p. 28)
Todo culto cristiano, público y privado, debiera ser una respuesta inteligente a la revelación de Dios en sus palabras y sus obras registradas en la Escritura. (p. 40)
Tener fe no es ser crédulo. Ser crédulo es ser simple; es carecer por completo de espíritu crítico. Ser crédulo es ser incapaz de discernir y es incluso ser irrazonable en lo que uno cree. Pero es un gran error suponer que la fe y la razón son incompatibles. En la Escritura se oponen la fe y la vista, pero no la fe y la razón. (pp. 41-42)
La fe es una confianza razonada, una confianza que cuenta por entero en que Dios es digno de confianza. (p. 44)
La raíz de una religión feliz es un conocimiento claro y bien definido de Jesucristo. (p. 47)
La batalla casi siempre se gana en la mente. Por la renovación de nuestra mente se transforman nuestro carácter y nuestra conducta. Por lo tanto, la Escritura nos llama una y otra vez a la disciplina mental en este sentido. (p. 48)
El dominio propio es ante todo dominio de la mente. Lo que sembramos en nuestras mentes lo cosechamos en nuestras acciones. (p. 48)
La clase de alimento que nuestras mentes consuman determinará la clase de personas que llegaremos a ser. (p. 49)
Si hemos de discernir la voluntad de Dios para nosotros, debiéramos empezar por trazar una importante distinción entre su voluntad ‘general’ y su voluntad ‘particular’. (p. 51)
La voluntad general de Dios para nosotros es que nos conformemos a la imagen de su Hijo. La voluntad particular de Dios tiene que ver con cuestiones tales como la elección de una profesión o de un compañero o compañera para la vida, y cómo emplear nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestras vacaciones. (p. 51)
Aunque Dios promete guiarnos, no debemos esperar que lo haga de la manera como nosotros guiamos a los caballos y a los mulos. Él no emplea con nosotros la brida y el cabestro porque nosotros no somos caballos ni mulos: somos seres humanos. Tenemos entendimiento, que los animales no tienen. Por consiguiente Dios nos guiará al conocimiento de su voluntad particular por medio del empleo de nuestro propio entendimiento, alumbrado por la Escritura, la oración y el consejo de hermanos y amigos. (p. 53)
Nuestra responsabilidad es presentar a Cristo en la plenitud de su persona divino-humana y su obra salvadora, de modo que Dios pueda despertar fe en el oyente. (p. 54)
Persuadir es presentar un argumento de manera de convencer a otro para que cambie su forma de pensar acerca de algo. (p. 55)
Convertirse en cristiano es ‘reconocer la verdad’, ‘creer en la verdad’, ‘obedecer la verdad’. (p. 56)
La presentación del evangelio es racional pero no es académica ni está envuelta en términos filosóficos y vocabulario complicado. (p. 57)
Nuestro deber es evitar que el evangelio sea trastocado o diluido; al mismo tiempo, debemos presentarlo con claridad y administrar bien la palabra de verdad para que la gente pueda seguirla. (p. 58)
La intervención del Espíritu Santo no se opone en absoluto a la presentación razonada del evangelio. (p. 59)
Necesitamos evangelistas que relacionen lo uno con lo otro con frescura, autoridad y pertinencia y que usen sus mentes para ganar personas para Cristo. (p. 60)
Los dones que deben ser más codiciados y apreciados, por lo tanto, son los dones docentes, puesto que por medio de ellos la iglesia es más ‘edificada’. (p. 61)
Todo candidato al ministerio pastoral o al presbiterado debe poseer a la vez fe bíblica y el don de enseñarla. Estas son dos de sus condiciones indispensables. Debe ser ortodoxo, ‘retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen’ (Tito 1:9). El ministro debe ser apto para enseñar. Debe ser fiel a la didaqué y debe ser didaktikos, un buen maestro. (p. 62)
El conocimiento trae consigo la solemne responsabilidad de actuar de acuerdo a lo que sabemos y traducir nuestros conocimientos en una conducta apropiada. (p. 68)
Cuanto más conocemos a Dios, más debemos amarlo. Alguien dijo, con buen criterio, que debemos evitar tanto la teología sin devoción como la devoción sin teología. (p. 69)
Si no usamos la mente que Dios nos ha dado, nos condenamos a la superficialidad espiritual y nos privamos de muchas de las riquezas de la gracia de Dios. (p. 72)