Sin el evangelio, todo es inútil y vano (Juan Calvino)

Estas hermosas palabras fueron escritas por Juan Calvino en el prefacio a la traducción al francés del Nuevo Testamento de Pierre Robert Olivétan en 1534:
«Sin el evangelio, todo es inútil y vano; sin el evangelio no somos cristianos; sin el evangelio, toda riqueza es pobreza, toda sabiduría es necedad ante Dios; la fuerza es debilidad, y toda la justicia del hombre está bajo la condenación de Dios. Pero mediante el conocimiento del evangelio somos hechos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, conciudadanos con los santos, ciudadanos del Reino de los Cielos, herederos de Dios junto con Jesucristo. Por medio de él, los pobres son hechos ricos, los débiles fuertes, los necios sabios, el pecador justificado, el desolado consolado, el dudoso seguro, y los esclavos libres. Es el poder de Dios para salvación de todos los que creen.
Esto es lo que, en resumen, debemos buscar en toda la Escritura: conocer verdaderamente a Jesucristo y las infinitas riquezas que se hallan en él y que nos son ofrecidas por él de parte de Dios el Padre.
Se deduce que todo lo bueno que podamos pensar o desear se encuentra únicamente en este mismo Jesucristo. Pues él fue vendido, para comprarnos de nuevo; cautivo, para librarnos; condenado, para absolvernos; hecho maldición para nuestra bendición; ofrenda por el pecado para nuestra justicia; desfigurado para que nosotros seamos hermosos; muerto para darnos vida. De modo que por él la furia es suavizada, la ira apaciguada, la oscuridad hecha luz, el temor calmado, el desprecio despreciado, la deuda cancelada, el trabajo aligerado, la tristeza convertida en gozo, la desgracia en fortuna, la dificultad en facilidad, el desorden en orden, la división en unidad, la ignominia ennoblecida, la rebelión sometida, la intimidación intimidada, la emboscada descubierta, los asaltos enfrentados, la fuerza vencida, el combate combatido, la guerra derrotada, la venganza vengada, el tormento atormentado, la condenación condenada, el abismo hundido en el abismo, el infierno traspasado, la muerte muerta, la mortalidad hecha inmortal. En resumen, la misericordia ha devorado toda miseria y la bondad toda desgracia.
Porque todas estas cosas, que debían ser las armas del diablo en su batalla contra nosotros y el aguijón de la muerte para herirnos, se han convertido para nosotros en ejercicios que podemos transformar en nuestro beneficio. Si somos capaces de gloriarnos con el apóstol, diciendo: “Oh, muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh sepulcro, ¿dónde está tu aguijón?”, es porque por el Espíritu de Cristo prometido a los elegidos, ya no vivimos nosotros, sino que Cristo vive en nosotros; y por el mismo Espíritu estamos sentados entre los que están en el cielo, de modo que para nosotros el mundo ya no existe, aunque nuestra conversación [vida] esté en él; pero estamos contentos en todas las cosas, ya sea patria, lugar, condición, ropa, comida y todas estas cosas. Y somos consolados en la tribulación, gozosos en el dolor, gloriándonos bajo el vituperio [abuso verbal], abundando en pobreza, calentados en nuestra desnudez, pacientes en medio de los males, vivos en la muerte.»