El Agradecimiento se Cultiva Diariamente
¿Cuál es tu actitud hacia las cosas que tienes en este momento? Si piensas en aquello que siempre has deseado tener, seguramente encontrarás varias cosas que aún no posees. Y si piensas en lo que tienes ahora, probablemente descubrirás algunas cosas que te gustaría mejorar.
Por ejemplo, al mirar tu carro, quizá pienses que te gustaría tener uno más reciente o con mejores prestaciones. Si miras lo que hay en tu mesa hoy, tal vez desearías comer algo más delicioso. Incluso, aun cuando tengas todas las cosas que siempre quisiste, puedes llegar a pensar que mereces más. La verdad es que, en todo momento, experimentamos cierta insatisfacción con las cosas materiales que tenemos.
Sin embargo, si lo pensamos detenidamente, todo lo que tenemos ahora es una muestra de la gracia de Dios. Ninguno de nosotros puede jactarse delante del Señor por lo que posee, porque todas las cosas provienen de su mano. Tampoco podemos exigir algo más de lo que tenemos, pues no merecemos nada de lo que recibimos del Señor.
Esta es precisamente la conciencia que demuestra el rey David en 1 Crónicas 29, un pasaje marcado por la generosidad tanto de David como del pueblo de Israel. Para ponernos en contexto, todos habían contribuido con lo mejor que tenían para la construcción de la casa del Señor. Entregaron sus piedras y metales preciosos para edificar uno de los templos más hermosos que podamos imaginar. Sin embargo, aun después de haber dado tan abundantemente, el rey David ora al Señor reconociendo su grandeza y confesando que Él es la fuente de todo lo bueno que podemos recibir. David incluso reconoce que todo lo que damos al Señor provino primero de Él:
«Tuya es, oh SEÑOR, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad; en verdad, todo lo que hay en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo es el dominio, oh SEÑOR, y te exaltas como soberano sobre todo.
De Ti proceden la riqueza y el honor; Tú reinas sobre todo, y en Tu mano están el poder y la fortaleza, y en Tu mano está engrandecer y fortalecer a todos. Ahora pues, Dios nuestro, te damos gracias y alabamos Tu glorioso nombre. Pero ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecer tan generosamente todo esto? Porque de Ti proceden todas las cosas, y de lo recibido de Tu mano te damos». (1 Crónicas 29:11–14)
Qué hermoso debió ser ese momento. Toda la congregación de Israel dando todo lo que podía (oro, plata, piedras preciosas) y, al mismo tiempo, reconociendo que, aun en medio de tanta generosidad, nada de lo que ofrecían podía compararse con la grandeza del Señor. Dios era lo más valioso que ellos tenían, y ninguna de sus posesiones podía igualarse, en modo alguno, a su grandeza.
Las riquezas y el honor proceden del Señor, y la única manera correcta de usarlos es adorándolo y colocándolo en un lugar infinitamente más excelente. Usar adecuadamente las riquezas y el honor implica reconocer que todo proviene del Señor y que todo lo que podemos darle es, en realidad, parte de lo que ya hemos recibido de Él. Esto, sin duda, debe llevarnos al agradecimiento y al reconocimiento de la grandeza de nuestro Dios.
Ahora bien, la realidad es que la gran mayoría de nosotros no tiene piedras preciosas, ni grandes riquezas, ni honor; muchas veces ocurre todo lo contrario. Algunos pueden pensar que, al no poseer riquezas ni reconocimiento, no tienen razones para vivir agradecidos ni para reconocer la grandeza de Dios. Pero esta idea está muy lejos de la verdad, y aquí es donde encajan perfectamente las palabras de Charles Haddon Spurgeon:
Supongo que hay muchas cositas en su casa que no tienen gran valor en sí mismas, pero se las dio alguien que le era muy querido. ¡Cuánto valora un niño esa Biblia que le dio su madre, quien escribió su nombre en ella! Muchos hombres tienen en su casa cosas que un subastador valoraría en muy poco, pero que el propietario aprecia profundamente porque se las dio alguien a quien amaba, como una muestra de su amor.
De la misma manera, mire el pan en la mesa de un creyente como una muestra del amor de Dios. El Señor se lo dio. Si no hubiera en su mesa nada más que ese pan, aun así sería una evidencia de la gracia de Dios para suplir sus necesidades.
Aprendamos a mirar de esta manera todo lo que recibimos en esta vida, pues una visión así lo endulzará todo. Entonces dejaremos de calcular si tenemos tanto como otros, o tanto como nuestros propios caprichos desean, y reconoceremos que todo lo que poseemos proviene de la mano y del corazón de nuestro Padre celestial. Todo nos llega como una muestra de su amor, con la bendición de nuestro Padre descansando sobre ello.1
Sin duda alguna, el agradecimiento se cultiva. Necesitamos ser más conscientes de la grandeza de Dios y de que todo lo que tenemos, por pequeño que parezca, es en realidad una gran muestra de su gracia hacia personas que no merecen nada.
Spurgeon, C. H. (2020). 300 ilustraciones de sermones de Spurgeon. (E. Ritzema, Ed.). Bellingham, WA: Editorial Tesoro Bíblico.


