¿Qué Significa la Frase "las misericordias de Dios" en Romanos 12:1?
En Romanos 12:1, el apóstol Pablo expone la base sobre la cual los creyentes deben responder con la entrega total de sus vidas y la transformación de sus mentes: “las misericordias de Dios”. Estas cuatro palabras sencillas constituyen la razón por la que Pablo puede exhortar a los creyentes en Roma a vivir para Dios, y resumen todas las verdades profundas que el apóstol ha desarrollado a lo largo de los primeros once capítulos de su carta.
Pablo no se refiere a las misericordias de Dios de manera abstracta, sino concreta. Tiene en mente misericordias específicas al establecerlas como el fundamento de su llamado a una vida centrada en Dios. Sus lectores romanos, sin duda, las tenían muy presentes, pues acababan de ser expuestas ante ellos con claridad. Para comprender la profundidad de esta expresión, es necesario prestar atención a lo que el apóstol ha enseñado en los capítulos precedentes.
1- La universalidad del pecado
Parafraseando al Dr. R. C. Sproul, “el evangelio no es buenas noticias si primero no se comprenden las malas noticias del pecado”. El apóstol Pablo dedica una extensa sección de su carta a demostrar con detalle la universalidad y la gravedad del pecado.
El capítulo primero se enfoca principalmente en el pecado de manera general, con un énfasis particular en la vida que los gentiles llevan fuera de la gracia de Dios (Ro. 1:18–32). A partir del capítulo segundo, Pablo pasa a demostrar que esta condición grave (la falta de la justicia necesaria para tener paz con Dios) también caracteriza a los judíos (Ro. 2:1–29). Este argumento es seguido por una respuesta anticipada a las posibles objeciones que los judíos creyentes podrían levantar contra su enseñanza (Ro. 3:1–8). Finalmente, Pablo concluye esta sección afirmando que no hay ni una sola persona que sea justa y que busque a Dios (Ro. 3:9–20). De esta manera, el apóstol establece la universalidad del pecado y deja a toda la humanidad en una profunda necesidad de las misericordias de Dios.
2- La incapacidad humana
En la sección final dedicada al pecado, el apóstol presenta un diagnóstico claro de la incapacidad del ser humano. Los judíos, a pesar de poseer la Palabra de Dios y conocer sus exigencias, no podían liberarse del pecado por la fuerza de su voluntad. Algunos alegaban que el pecado servía como una especie de moneda de cambio que Dios usaba injustamente para resaltar su propia gloria. Pero Pablo demuestra que tal razonamiento está completamente alejado de la realidad bíblica y del carácter perfecto de Dios (Ro. 3:1–8). Por ello, concluye afirmando que no existe una sola persona capaz de obtener, por su propio esfuerzo, la justificación necesaria para presentarse delante de un Dios santo y justo sin ser condenada (Ro. 3:9–20).
3- La gracia soberana de Dios
A partir de Romanos 3:21, el apóstol declara que la justicia de Dios ha sido manifestada a los seres humanos. Esta justicia se ha revelado “aparte de la ley”. Aquí se introduce un contraste con la situación desesperada tanto de los gentiles, entregados a una mente reprobada, como de los judíos, incapacitados por la ley. Esta justicia solo puede recibirse por medio de la fe en Jesucristo.
Si los seres humanos han de ser justificados, debe ser justificados gratuitamente por la gracia de Dios. Pablo desarrolla esta verdad a lo largo de los capítulos tercero y cuarto, mostrando que la salvación por la gracia soberana de Dios ha sido el único medio utilizado por el Señor tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Concluye esta sección afirmando que la justificación y todos sus beneficios son imputados al pecador únicamente por la fe en Jesucristo (Ro. 5:1–11).
4- El poder transformador de la gracia
Dado que el mensaje de la gracia resultaba tan esperanzador para los gentiles y tan humillante para los judíos que confiaban en su propia justicia, era previsible que surgieran desviaciones en distintas direcciones. Algunos podrían pensar que la gracia les otorgaba libertad para perseverar en el pecado, puesto que Cristo ya había pagado el precio. Otros pensarían que la gracia era contraria al Dios del Antiguo Testamento. Sin embargo, Pablo responde afirmando que los creyentes no han sido llamados a perseverar en el pecado “para que la gracia abunde”, sino a reconocer que la gracia los transforma, los libera de su herencia de pecado y los llama a vivir al servicio de la justicia (Ro. 5:11–6:23).
El apóstol también advierte que, aunque los creyentes continuarán luchando contra el pecado, ya no están bajo su dominio. Su aflicción frente al pecado evidencia que ya no viven para agradarlo, sino que han sido transformados interiormente y esperan la liberación final de este cuerpo de muerte. Pablo mismo se presenta como un ejemplo vivo de esta intensa lucha contra el pecado, lo cual sin duda trae consuelo a los creyentes (Ro. 7:1–25).
5- La seguridad de los creyentes
Habiendo sido trasladados de su antigua miseria a la esperanza de la gloria de Dios que ha de manifestarse, y aun en medio de una lucha constante contra el pecado, los cristianos son llamados a caminar conforme al Espíritu de Dios (Ro. 8:1–17). Los creyentes pueden tener plena seguridad, pues esperan la gloria venidera. Y mientras tanto, no están solos. El Espíritu Santo los acompaña y constituye una evidencia diaria de las misericordias de Dios.
Aunque en el tiempo presente enfrenten sufrimientos por causa de su fe, están seguros en las manos de Dios. Pablo afirma que los creyentes participan ahora del plan cósmico de renovación total que Dios trazó desde la eternidad (Ro. 8:18–25). Los consuela recordándoles el amor inquebrantable de Dios. No deben temer los padecimientos, pues estos obran para su santificación. Aun cuando parezca que el amor de Dios se ha ausentado en medio de las tribulaciones, Pablo asegura que nada puede separar a los creyentes del amor de Dios en Cristo Jesús. Por lo tanto, ellos son y seguirán siendo receptores de las misericordias de Dios (Ro. 8:26–39).
6- Todo es para la gloria de Dios
En los capítulos nueve al once, justo antes de exhortar a los creyentes a responder con una entrega total a las misericordias de Dios, el apóstol deja claro que estas misericordias no son producto del azar. Están arraigadas en la mente soberana de Dios, una mente que nadie ha conocido ni puede aconsejar.
A los creyentes judíos les enseña que la gracia otorgada a los gentiles forma parte del plan soberano de Dios y que deben responder con humildad y esperanza. A los creyentes gentiles les recuerda que esta gracia debe humillarlos y moverlos al gozo. Todo lo que la mente soberana de Dios ha planificado desde antes de la fundación del mundo es, ciertamente, incomprensible para la mente humana. Sin embargo, Pablo afirma que esta realidad responde a una verdad última: todas las cosas provienen de Dios, existen por Él y se llevan a cabo para Él (Ro. 11:36). Por tanto, toda la gloria le pertenece únicamente a su nombre.
Respondiendo a las misericordias de Dios
Esta es la base firme sobre la cual el apóstol edifica todas las exhortaciones que presenta a partir de Romanos 12. “Las misericordias de Dios” no es una frase vacía, sino una expresión concreta. Con ella, el apóstol resume toda la obra salvadora de Dios expuesta en la carta a los Romanos. Comprender esto nos conduce a una mejor interpretación de Romanos 12:1–2. Aún más, podemos afirmar que las misericordias de Dios constituyen un resumen fiel de todo el mensaje bíblico, pues la historia de la Escritura es, en esencia, la historia de cómo Dios dispensa sus misericordias a sus escogidos y los preserva hasta la redención final. Esta es la única base sobre la cual deben descansar todos nuestros motivos para la obediencia cristiana. Cada vez que pensemos en las misericordias de Dios, debemos dirigir nuestra mente a sus obras salvadoras a nuestro favor y anhelar glorificarle con cada área de nuestra vida.


