La Iglesia: El Pueblo de Dios
La iglesia es el pueblo de Dios. Sin embargo, muchas personas dudan de esta verdad. En parte, esto ocurre porque, en muchos círculos cristianos populares en Latinoamérica, se ha enseñado una separación total entre el Israel del Antiguo Testamento y la Iglesia del Nuevo Testamento. No obstante, el apóstol Pablo enseña algo distinto en su carta a los Efesios.
Pablo trata el tema de la unidad entre judíos y gentiles en la Iglesia de Cristo. Dice que, antes de conocer al Señor Jesucristo, los gentiles estaban:
“Sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.” (Efesios 2:12)
Esta es una descripción precisa de la condición espiritual de los gentiles: estaban separados del pueblo de Dios. Pero Pablo contrasta esa separación con la unidad que Cristo ha provisto por medio de su muerte en la cruz. En el versículo 13, declara la nueva condición de quienes antes estaban lejos:
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.” (Efesios 2:13)
Este versículo nos enseña la cercanía que ahora disfrutan los pecadores con el Dios de Israel. Los versículos siguientes amplían aún más esta verdad: la unión que Cristo efectuó también abarca a judíos y gentiles, las dos grandes categorías de personas del Antiguo Testamento:
“Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades.” (Efesios 2:14–16)
Así, Pablo enseña con claridad que, en Cristo, tanto judíos como gentiles forman un solo pueblo: el pueblo de Dios. A partir de esta verdad, deseo reflexionar brevemente en tres puntos.
1. Solo hay un pueblo de Dios
En cuanto a Israel y la Iglesia, existen varias posturas. Algunos sostienen que son dos pueblos completamente distintos: Israel sería el pueblo terrenal de Dios y la Iglesia su pueblo espiritual. Otros, en cambio, afirman que la Iglesia reemplaza totalmente a Israel, de modo que el antiguo pueblo de Israel ya no tiene lugar en los planes divinos.
Personalmente, creo que la Iglesia representa una nueva etapa en el gran plan de Dios para la historia: un solo cuerpo formado por judíos y gentiles. El propósito eterno de Dios siempre ha sido unir todas las cosas en Cristo (Efesios 1:10), y esto incluye a ambos grupos en una sola comunidad de fe.
La Iglesia es una “nueva humanidad” (NVI), nacida de nuevo por la obra del Espíritu Santo y guiada por Él para vivir para la gloria de Dios (Efesios 2:15). Más que hablar de separación o reemplazo, debemos hablar de unidad espiritual: la unión del pueblo de Dios en Cristo, según su plan eterno.
Ese es uno de los temas más importantes de la carta a los Efesios: la unidad completa de la Iglesia universal. Por eso, Pablo afirma:
“No hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, culto ni inculto, esclavo ni libre, sino que Cristo es todo y está en todos.” (Colosenses 3:11)
Solo hay un pueblo de Dios, y ese pueblo es la Iglesia. La identidad de este pueblo no radica en su nacionalidad, sino en Cristo.
2. El pueblo de Dios vive bajo la autoridad de Cristo
Como pueblo de Dios, la Iglesia debe vivir bajo las normas de su Señor. Por eso Pablo exhorta a los creyentes en Colosas a permanecer bajo la suprema autoridad de Cristo:
“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.” (Colosenses 3:16)
Sobre este pasaje, William MacDonald comenta:
“La palabra de Cristo se refiere a las enseñanzas de Cristo tal como se hallan en la Biblia. Al saturar nuestros corazones y mentes con su santa palabra, y buscar andar en obediencia a la misma, la palabra de Cristo está realmente en su casa en nuestros corazones.”
Por tanto, quienes formamos parte del pueblo de Dios debemos vivir cada día bajo la autoridad suprema de nuestro Rey y Señor, autoridad que ha sido revelada y preservada en las Sagradas Escrituras.
3. El pueblo de Dios proclama el evangelio
Una de las características más hermosas del pueblo de Dios es que crece cuando otros nacen de nuevo. No hemos sido llamados a ser un pueblo estático o egoísta, sino a crecer y compartir la gracia recibida.
Aunque el crecimiento espiritual depende del Espíritu Santo, la Iglesia tiene la responsabilidad de proclamar las buenas nuevas a todos los que todavía están separados de Dios. El apóstol Pedro lo expresa así:
“Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia.” (1 Pedro 2:9–10)
Ahora somos el pueblo de Dios, aunque antes estábamos separados de Él. Pero no debemos pasar por alto el propósito que Pedro menciona: “para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó.”
Así como Israel debía reflejar la gloria de Dios a las naciones, la Iglesia también debe hacerlo. Y la virtud más grande que podemos anunciar es que el Dios santo decidió salvar a los pecadores mediante la vida perfecta, la muerte expiatoria y la resurrección victoriosa de su Hijo. Debemos proclamar la virtud gloriosa de la cruz, donde la justicia y la misericordia de Dios se encontraron para ofrecer gracia a los pecadores.
Ese es nuestro Dios: el Dios que llama a los que estaban lejos y a los que estaban cerca, y los une en un solo cuerpo —la Iglesia— para formar un solo pueblo. Ese Dios nos encomienda la misión de participar en su obra, llamando a otros a unirse mediante la proclamación del evangelio, para que también formen parte de su pueblo eterno.
Este artículo fue publicado originalmente en 2018 en Evangelio Verdadero, pero ha sido reeditado para publicar aquí.


